Como parte de una colaboración con Christie's Place, organización asociada de largo tiempo, The Well Project compartirá historias de su libro "Healing Hope: A woven tapestry of strength and solace" como entradas de blog en nuestra plataforma Una Chica Como Yo. Los puntos de vista y opiniones expresados en este proyecto son de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista o posiciones de The Well Project.
Relato escrito por Kenya
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¡Hola! Soy Kenya, de 28 años de edad, casada, con 3 hijas, y sí, soy VIH positiva. Hace 4 años fue que me detectaron y sigo en pie, luchando, dándole para adelante, con muchas piedras en cuesta arriba de mi camino, ¡pero con unos pies incansables para seguir subiendo! Aunque, no siempre fue así...
Comienzo con mi historia cuando tenía 23 años de edad. Había pasado por un matrimonio de violencia física y mental por mi exesposo. Con él tuve a 2 hermosas niñas—mis princesas. Vivía en un cuartito que rentaba. Tenía lo básico: cama, refri, y estufa. Pero por fin me sentía libre y empezaba a amar y a disfrutar mi vida. Tenía un trabajo, techo y tenía a mis hijas. Lo demás lo conseguiría con esfuerzo y con muchas ganas de salir adelante. En mi trabajo empecé a hacer amistades, amigas y amigos, ¡me la pasaba muy bien!
Una tarde recibí una llamada de mi exesposo. Pensé que sería como cualquier otra, pues estábamos en comunicación por las niñas; siempre estuvo al pendiente. Ellas lo visitaban los fines de semana. Se quedaban con sus abuelos paternos. A ellas les encantaba estar con ellos. Pero esa llamada fue diferente, el pidió que me fuera a hacer unos estudios para enfermedades sexuales (el así me lo planteó) porque a él le detectaron una infección por transmisión sexual. Solo le respondí, que te mejores, al rato te marcan las niñas, y le colgué. Me quedé en pausa pensando, "¿Este qué traerá? Pues ya hace más del año que lo dejé, ¿por qué estaría contagiada yo?". Total, seguí con mis rutinas sin volver a prestar atención a lo que él me había dicho esa tarde por el teléfono y él tampoco nunca me lo volvió a mencionar.
Después de unas semanas, empecé una relación amorosa con el que ahora es mi pareja. Yo tenía bien planteado de que sólo será una relación de noviazgo, pues no quería pasar de nuevo por lo que pasé con mi pareja anterior. Mi vida seguía como yo quería. Empecé a notar que estaba perdiendo peso y me pareció super bien, pues tenía unos cuantos kilos de más. Casi no tenía apetito, comía solo una comida al día, lo atribuía a lo cansada del trabajo, que solo quería llegar y descansar.
Una mañana al levantarme para ir al trabajo, sentí cómo mis piernas me temblaban. Pensé, "quizás no estaba comiendo muy bien; antes de llegar al trabajo pasaré a comprarme algo para comer". Pasé a dejar a las niñas con mi hermana. Ella era quien me las cuidaba. Al llegar a su casa le comenté que me sentía un poco débil y empezaba a dolerme la panza. Me respondió que quizás algo me cayó mal en el estómago y que me comprara unas pastillas para que se me pasara. Me despedí y me dirigí al camión que me lleva al trabajo.
En camino empecé a sentirme mucho más peor. Sentía como que se me bajaba la presión al grado de no poder sostener mi cabeza y se me cerraban los ojos como si me fuera a desmayar—sólo podía hablar a susurros. Agarré mi celular y como pude le hablé a mi pareja, contándole como me sentía y que si me podía alcanzar a la bajada del autobús. Su respuesta fue que sí, que él me esperaba al bajar del autobús. ¡Se me hizo eterno el camino, hasta le di al chófer el número de mi pareja por si no alcanzaba a llegar consciente! Pero, sí logré llegar. Él se subió al autobús, me bajó, me subió a su carro, y me llevó a emergencias para hacerme un chequeo. Me dijeron que se trataba de una deshidratación, que tenía que ponerme en reposo por 3 días y no exponerme al sol. Pues me quedé tranquila al saber que no era algo tan serio y que en unos días todo estaría en orden.
Le hablé al papá de las niñas y sólo le dije que tenía unos problemas, que si se podían quedar las niñas con sus abuelos unos días en lo que resolvía algunas cosas. No le di explicaciones pues no tenía por qué enterarse de todo, pensé yo. Me tomé 4 días de descanso y regresé a mi rutina con más alimentación. ¡No quería volver a pasar un susto así!
Pero, eso no bastó porque al mes, de nuevo comencé a sentir mis piernas igual, débiles, temblorosas, y con dolor de espalda, pero con unos calambres de dolor. Me dirigí a urgencias. Cuando el doctor me dio mi diagnóstico, ¡estaba embarazada y estaba teniendo una amenaza de aborto! Me quedé en shock. "No me puede estar pasando esto!", sólo pensé. Pedí hacer una llamada para marcarle a mi pareja y hacerle saber lo que estaba pasando. Al enterarse, él se emocionó. Yo, sinceramente, estaba neutral pues tenía miedo a volverme a juntar. Pero él había demostrado ser un buen hombre conmigo y mis hijas.
El doctor me dio de alta, pero me dio instrucciones de no trabajar y guardar reposo. Eso implicaba que tenía que renunciar a mi trabajo. Mi pareja me dijo que él se haría cargo de nosotras, que por el momento no ocuparía trabajar. Él rentó un departamento y nos mudamos con él. Me sentía contenta, sentía que ahora sí tendría esa familia que siempre deseé tener.
Al mes acudí a la clínica para empezar a tener mi historial prenatal. Al llegar mi turno, la enfermera tomó mis datos, me pesó, me midió, y me hizo dos pruebas rápidas de sangre, una de ellas era para VIH / SIDA. Pues no me preocupaba. Pensaba que yo nunca podría tener una enfermedad así. Me pasan a consulta con la doctora, entra la enfermera, y le susurra algo a la doctora. Me desconcerté. Me preguntaba, qué está pasando.
La doctora me pregunta, "¿Viene con el papá de su bebé?"
"¡Sí! Está en la sala de espera", le respondí.
La doctora respondió, "Vaya por él y que pase con la enfermera para que le realice una prueba".
¡Me levanté de la silla y respondí con un ¡está bien! "¿Qué estará pasando?", pensé.
Al llegar con mi pareja, le dije que tenía que pasar con la enfermera para que le realizaran unas pruebas de sangre rápidas.
"¿Yo? ¿Por qué? ¿Para qué?", me preguntó.
"No sé, eso me pidió la doctora", le respondí.
Él se dirigió con la enfermera y yo al consultorio. Al regresar, la doctora me pide que tome asiento, que lo que estaba pasando era algo delicado, pero que no tenía por qué asustarme, que todo se solucionaría y que ahorita que la enfermera le entregará los resultados de mi esposo, me explicaba. Eso hizo que me asustara y que me pusiera nerviosa. Los minutos se me hicieron horas. La espera se me hizo eterna.
Al entrar, la enfermera le da la prueba rápida a la doctora y se retira. Me dice, "Ok, lo que está pasando es que has salido positiva al VIH y tu esposo ha salido negativo".
"¿Cómo?", le pregunté mientras mi mente viajaba como a un abismo y mis oídos se aturdían. Lo que decía la doctora lo escuchaba lejano. Sentí un pequeño mareo cuando de repente escuché:
"¡SEÑORA! Yo sé que es algo muy fuerte, pero ocupo que preste atención. La voy a mandar directo al Hospital General a Epidemiología. Ahí le van a dar consulta y medicamentos retrovirales para que empiece su tratamiento. Sería todo conmigo. Que se sienta mejor. Se puede retirar".
Me levanté y no quería llegar a la sala de espera a contarle a mi pareja lo que acababa de enterarme. Mis pasos los hice más pequeños, el ambiente cambió por completo, lo sentía pesado y un esplendor amarillento, no sé, ¡como si no estuviera en este mundo!
Al llegar con él, se levantó de inmediato y me preguntó, "¿Qué está pasando?". Le hicieron una prueba de VIH pero que no le dijieron nada, solo que salió negativo. Sentí mi pecho apretado muy apretado con una bola en la garganta. Pasaban por mi cabeza tantas cosas. Caí en cuenta que lo que más me preocupaba era el bebé que tenía adentro de mi vientre. Qué sería de ella, si se iba a morir, si yo me iba a morir y si contagié a mi pareja.
¡Y recordé, aquella llamada que me hizo mi ex advirtiéndome de una enfermedad que me pudo haber transmitido y lo inocente que fui al no prestar atención! Era una lluvia de pensamientos en un solo minuto. Un sentimiento de desolación que invadía todo mi cuerpo.
"¿Qué pasó Kenya?", preguntó mi pareja.
"Es que me dijieron que salí positiva a VIH y que tú negativo".
"¡Cómo!", exclamó. "Pero cómo puede ser posible eso, no, no, ¡se equivocaron! ¿Cómo puede ser que tú seas positiva y yo negativo? Vamos a ir a un laboratorio a hacerte una prueba de sangre para verificar".
Pero al solo saber él y yo que había la posibilidad de que sí tuviera VIH nos asustaba mucho. También me preocupaba que él pensara que yo lo engañé con otra persona o que él me fuera a dejar—a mi suerte. Cuando me dio un abrazo y un beso, y me miró y me dijo "Pase lo que pase, yo estaré contigo, vamos a salir adelante los dos y no importa que me contagie, si es que sí eres VIH positiva". Durante todo el día no salió de mí ni una sola lágrima. Pero al sentir su apoyo lloré a mares y él conmigo.
Al recoger los estudios, efectivamente era VIH positiva. Y de nuevo me aturdí, de nuevo sentí esa sensación como de estar en una burbuja y que las personas avanzaban demasiado rápido alrededor de mí. Pero regresé, y me planté bien en la mente que fuera lo que fuera, y que se viniera lo que se viniera, yo saldría adelante. ¡Que le echaría todas las ganas por mis hijas! Sí, muchas ves caí, pero me levantaba con más ganas. Lloré muchísimo en la regadera. Me veía al espejo y ya no me conocía de lo deteriorada que me veía. Lloraba lo que tenía que llorar, me desahogaba. Después me enjuagaba la cara y me maquillaba. Salía del baño como si no pasará nada, pues nadie sabía de mi condición, nada más mi pareja y yo. Tenía que mantener las apariencias.
Poco a poco empecé a entender lo que era el VIH y los cuidados que tengo que tener. Tuve una invitación a un grupo de mujeres, de mamás de familias que vivían con VIH. Ahí mi vida dio un giro de prisa. Comencé a ver el sol en el horizonte, a ver las cosas buenas y no las malas. A darme cuenta que sí se puede crear toda una vida, y, sobre todo, crear tu propia historia. En ese grupo conocí a un ángel que una vez dijo una frase que se me quedó bien grabada que es: "Tenemos que aprender a querer y abrazar a nuestra condición de vida que es el VIH".
¡El VIH no es un enemigo! Solo ocupamos entenderlo e ir de la mano con él para poder tener una vida con VIH, sí, pero plena. Al nacer mi hija, después de un mes de tratamiento, salió negativa y me la dieron de alta.
Hasta el día de hoy, después de hacer varias veces estudios, mi pareja es negativo. Y yo me siento orgullosa de mí, de lo que he logrado. En todo lo que te propongas hacer tienes que ser constante y agarrarte fuerte de la única esperanza que tengas y si no la tienes, pues a crear una que te lleve arriba de aquella montaña que alguna vez sentí que me caía encima.