Como parte de una colaboración con Christie's Place, organización asociada de largo tiempo, The Well Project compartirá historias de su libro "Healing Hope: A woven tapestry of strength and solace" como entradas de blog en nuestra plataforma Una Chica Como Yo. Los puntos de vista y opiniones expresados en este proyecto son de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista o posiciones de The Well Project.
**Advertencia de contenido** Esta entrada analiza el abuso sexual infantil y la ideación suicida (recursos disponibles al final de esta página)
por Sasha
Transcripción de la grabación de audio
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A los catorce años empecé con una adicción a las drogas. En mi casa nunca tuve problemas con mi familia, así que eso no fue una razón por la cual yo empecé a usar drogas. Al contrario, mi familia fue muy humilde y me apoyaron en todo. Pero yo empecé en mi rebeldía.
Fui una mujer promiscua desde joven para poder ganar dinero para poder drogarme y me convertí en una trabajadora sexual. Por varios años yo me dediqué a la prostitución. Cuando cumplí dieciocho años, ya me consideraba mayor de edad en México y yo pude entrar a los bares con más facilidad para conocer a gente. Desafortunadamente, yo nunca usé protección, aunque me acostara con diferentes hombres.
A los catorce años también fue cuando tuve a mi primera hija. Gracias a Dios, mi madre me ayudó mucho con mi hija. Mi madre fue una gran bendición para mí y lo siguió siendo con mis demás hijos a los varios años de embarazarme. A los dieciséis años me volví a embarazar e incluso me metieron a la cárcel de menores. Cuando salí, yo me seguía drogando a pesar de estar embarazada y me volví más rebelde.
Cuando me embaracé con mi tercer bebé, me dijeron que iba a tener una niña. Yo, en fin, seguía drogándome y usando cristal, pero hubo un momento en que yo estaba cansada de seguir drogándome. Durante este tiempo decidí cuidarme y recibir atención médica durante mi embarazo. En mis laboratorios prenatales la enfermera me dijo que algo había salido mal y que tenía que ir con el doctor general para que me pudieran atender y confirmar mis laboratorios. Yo inmediatamente pensé que a lo mejor algo malo estaba pasando con mi embarazo. Nunca me imaginé que fuese alguna enfermedad de transmisión sexual
Cuando llego con el doctor general, me hicieron entrar a una orientación para hablar sobre el embarazo con más mujeres embarazadas. Estando ahí me preguntaron si me podían hacer la prueba del VIH otra vez. Después de haberme hecho la prueba me dijeron que me quedara hasta que todos se fueran porque me querían hacer algunas preguntas. Me quedé y después de varias preguntas, le pregunté a la enfermera por qué me estaban haciendo estas preguntas si en mis dos embarazos anteriores nunca me hicieron tantas preguntas. Ahí fue cuando la enfermera me dijo que salí positiva al VIH y también al sífilis. Sentí como si el mundo se me había caído encima. Ella continuó a explicarme que había tratamiento para mí y para mi bebé y que yo podía seguir viviendo mi vida normal.
Ese mismo día yo había llevado al papá de mi hija y se suponía que iba a estar afuera esperándome. Cuando termino de hablar con la enfermera salí y él ya no estaba ahí. El guardia que me vio llegando con él me dijo que al momento que yo entré a la orientación el papá de mi hija se había ido. A mí me urgía hablar con alguien, pero estaba sola o me sentía muy sola. Me fui a parar enfrente de un puente donde mi primer pensamiento era que me iba a aventar del puente porque me sentía muy culpable y pensaba en cómo yo iba a traer una beba con VIH al mundo. Yo pienso que Dios es muy grande. En ese momento, una señora ya mayor de edad que usaba bastón me pidió mi ayuda para poder bajar las escaleras porque sus pies le dolían. Sin pensar ayudé a la señora y cuando regreso donde estaba y miro hacia atrás, la señora ya no estaba ahí. Era como que de repente desapareció. En ese momento sentí que Dios me mandó una señal para no saltar.
Llegando a mi casa le conté a mi madre lo que me habían dicho con el doctor general y llorando le expliqué a mi madre que había medicamentos para mi bebé y para mí. Ella me abrazó y me dijo que le diera gracias a Dios que yo tenía una madre que siempre me iba a amar y apoyar.
Cuando mi hija nació hice todo para que mi hija siguiera en tratamiento para poder ser negativa al VIH, ya que la primera prueba que le hicieron salió positiva a los anticuerpos. Seguí dándole todo el tratamiento necesario y obedeciendo las órdenes del doctor y a los siete meses de tratamiento, mi bebé salió negativa y ya no ocupaba tratamiento y la pude llevar a un pediatra regular.
Empecé a buscar información y educarme más sobre el VIH y encontré lugares para grupos de apoyo a mujeres viviendo con el VIH. Me fui dando cuenta que no era la única en esta situación, a lo mejor teníamos diferentes circunstancias con las otras mujeres, pero vivíamos en la misma situación. El VIH no respeta edades y a nada ni nadie.
Al tiempo empecé a trabajar para una asociación del VIH donde me enseñaron hacer pruebas del VIH y dar consejería antes y después de dar los resultados. Desafortunadamente a los dos años conocí a una persona en un centro de rehabilitación donde yo invité a vivir a mi casa. Nos juntamos y él limpiaba mi casa mientras yo trabajaba y nos convertimos en novios.
Un día llegué a mi casa y lo encontré drogándose. Mi error fue decirle que si se iba a drogar que fuera en mi casa y no afuera, cuando tuve que decirle lo contrario. Llegó el día donde le pedí que me diera poquita droga y él no quería darme, pero al fin lo convencí y él me dijo que eso ya estaba en mis manos y no las de él. Consumí ese día y me sentí muy mal de haberlo hecho pero mi cuerpo quería más. Al siguiente día de llegar del trabajo le dije que me trajeran más droga porque solo quería drogarme. Pasó el tiempo y dejé de ir a trabajar porque me la pasaba drogada, bajé mucho de peso y me daba pena que me vieran así en el trabajo.
Toqué fondo que hasta perdí mi casa porque la vendí para poder comprar drogas. Terminé durmiendo en las calles y hasta en los basureros. Seguía con la persona que llevé a vivir a mi casa y juntos seguíamos en las drogas. Eran veces donde llegaba a la casa de mi madre a pedir comida porque no tenía ni para comer. Mis hijos quedaron a su cuidado y me veían en mal estado. Mis padres no querían a mi pareja porque decían que yo había recaído en las drogas.
Fue muy difícil para mis hijos durante esa etapa, porque a pesar de verme en muy mal estado, veían cómo mi pareja me trataba. Era muy posesivo y controlador. Convencí a mi pareja de que los dos nos metiéramos a rehabilitación juntos. Cuando llegó el día de irnos a rehabilitación él solo se metió, pero yo decidí quedarme en las calles y seguir consumiendo las drogas. Al mes decidí ir a rehabilitación y a los tres días me dijeron que tenía tuberculosis. Yo no tenía ningún síntoma y no sabía ni lo que era tuberculosis. Estuve aislada por varios meses en tratamiento. Después del tratamiento pude estar en un cuarto con otras mujeres y asistí en ser servidora de comida. Ya estando seis años ahí me involucré en el área de medicamentos ayudando a coordinar los medicamentos de los pacientes. Gracias a Dios, el director de ahí me tomó en cuenta y me hizo oficialmente coordinadora de medicamentos. Yo estaba encargada de todos los medicamentos. A los cuatro años pude salir de ahí con la cabeza en alto por todo lo que aprendí.
La persona con quien yo estuve continuó en las drogas, y salía y entraba en rehabilitación hasta que por fin decidí dejarlo. Pude tener a mis hijos durante los diez años que estuve internada en rehabilitación. Y aquí sigo echándole ganas a mi vida, disfrutando a mis hijos y a mi nieta ya que soy abuela. Mi hija la más grande se graduó de psicóloga y vive cerca de mí. Y como dije, yo seguiré aquí echándole ganas hasta donde Dios me lo permita. Yo estoy segura de mí misma que no volveré hacia atrás. Yo soy muy feliz y cumpliré ocho años sin consumir nada.
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