¿Cómo dices?

Submitted on Jul 1, 2024 by  Healing Hope

Como parte de una colaboración con Christie's Place, organización asociada de largo tiempo, The Well Project compartirá historias de su libro "Healing Hope: A woven tapestry of strength and solace" como entradas de blog en nuestra plataforma Una Chica Como Yo. Los puntos de vista y opiniones expresados ​​en este proyecto son de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista o posiciones de The Well Project.


**Advertencia de contenido** Este entrada analiza el abuso sexual de una niña por parte de un miembro de la familia, la violencia de pareja íntima, el suicidio y la pérdida de una hija. (recursos disponibles al final de esta página)

Si necesita ayuda, llame a la línea directa nacional en línea sobre agresión sexual en los EE. UU. al 800-656-HOPE (1-800-656-4673). También puede encontrar recursos y obtener ayuda en línea en RAINN (https://rainn.org). Si se siente amenazada ahora, llame al 911 o a la línea nacional sobre violencia doméstica en los EE.UU. al 800-799-SAFE [1-800-799-7233; o 1-800-787-3224 (TTY, teléfono de texto)]. Puede buscar un refugio seguro en la página web Domestic Shelters (https://www.domesticshelters.org/). 

 

por Jay Reed
Traducción de la transcripción de audio
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Colorida ilustración de Jay con mariposas y flores a su alrededor.

Ilustración por Lena Gacek

Mi nombre es Jay y mi recorrido con el VIH es... supongo que comenzó mucho antes del diagnóstico. Creo que empecé a consumir drogas cuando tenía 12 años, el año en que murió mi papá en 1980. Empecé a fumar marihuana y a robarle marihuana a mi padrastro cuando estaba en séptimo grado. Creo que esto es importante por mi abuso de drogas contraje el VIH.

Mi adicción empeoró progresivamente. Hierba, alcohol, cristal y, finalmente, crack. Tuve un par de traumas o eventos traumáticos que sucedieron cuando era adolescente. Mi hermanastro abusó sexualmente de mí cuando tenía 12 años. ¿O tal vez 13? En realidad no sabía que era abuso porque él me hacía sexo oral y se sentía bien. No era consensual, pero pensé que como se sentía bien, estaba bien. Cuando conseguí dejar drogas y alcohol y comencé a trabajar en filtrar mi vida, me di cuenta de que él era un adulto y que no tenía por qué tocarme para nada.

Otro evento traumático por el que pasé fue cuando tenía 16 años. Quedé embarazada y tuve un aborto espontáneo. Tuve una pelea con mi hermana. Ella estaba por sacar a mi sobrina de la ciudad. No peleamos físicamente, pero estaba tratando de detenerla y fue entonces cuando se me reventó la fuente a los cinco meses y medio. Mi bebé nació muerto. Lo que empeoró las cosas fue que tuvimos que pasar por todo el rollo que implica un entierro como si fuera un nacimiento vivo.

Después de estos eventos, consumí sustancias durante toda la preparatoria. Siempre tenía sexo con cualquiera. Siempre estaba buscando algún tipo de validación o amor o algo así. Usando drogas, tomé malas decisiones. Siempre he tomado malas decisiones en mi vida. A los 18 años volví a quedar embarazada. El tipo que me embarazó se casó unos meses después de que me enteré de que estaba embarazada. La bebé que tuve fue prematura. La tuve a los seis meses y medio. Apenas pesaba dos libras. Tenía una enfermedad cardíaca de nacimiento, así que a los cinco días de nacida le hicieron una cirugía a corazón abierto. Estuvo en el hospital durante unos dos meses. Su nombre es Ja'Tessa Monét. Mi mamá estaba enloquecida. Luego nos echó a la calle. Cuando la traje a casa, la niña estaba con oxígeno. Éramos yo, ella y un tanque de oxígeno a donde quiera que íbamos. La familia de mi mejor amiga nos acogió y finalmente nos consiguió un apartamento para mí y para mi mejor amiga.

Ja'Tessa se resfrió cuando tenía cinco meses y trece días. La llevé a los médicos, a su pediatra, y me dijeron que no le diera leche por la mucosa o lo que fuera. No tenía a nadie que me ayudara, guiara o enseñara lo que debería haber hecho. Entonces, dejé de darle leche como dijo el médico. En vez de eso, le estaba dando Pedialyte y jugo. Un día, mi hermano vino a visitarnos y se dio cuenta de que la niña tenía hambre y le dio de comer comida para bebés.

La llevé de vuelta al médico y él me dijo que debía llevarla al hospital de inmediato. La llevé al hospital y no se despertó. La enviaron a Loma Linda y murió. Siendo honesta, la realidad es que maté a mi bebé porque no la alimenté. Porque no sabía que debía darle de comer. Por eso, ella murió. No tenía dinero. Mi madre trabajaba para Servicios Sociales, por lo que no pude obtener la ayuda en su oficina, así que tuve que ir hasta Palm Springs. No tenía transporte, era todo un puto lío.

Entonces, cuando ella falleció, ese fue mi ingreso económico. Conocíamos a unos morros de San Bernardino que vinieron a vivir con nosotras. Ayudaban a pagar la renta vendiendo crack. Lo que hacían era cortar la droga y dejarme el rezago. Dejaban un plato lleno de crack. Fue entonces cuando me metí a fondo a fumar crack y a las calles. Básicamente dije, “a la mierda con todo”. Así es como llegué a las calles. Tenía 19 años y ya no me importaba nada. Solo quería andar loca y beber, así que eso fue lo que hice. Siempre me contagiaba de enfermedades de transmisión sexual. Yo era una prostituta. Yo era lo que se dice una Cherry, una Frutita, una puta que chupa pitos por una fumada de crack.

Yo siempre estoy educando a los demás. Las personas que deberían saberlo, no lo saben.

Había unos gays y bisexuales con los que iba a la iglesia que se murieron por contagiarse del VIH. Eran tres o cuatro. Nunca pensé que yo estaba en riesgo.

Me hicieron la prueba un par de veces en la cárcel. Resultado negativo las dos veces. Pero había un tipo que tenía SIDA. Era un drogadicto y tenía un poco de droga. Quería loquear, y no importaba lo que tuviera que hacer para conseguir mi droga, así que me acosté con él. ¿Fue entonces cuando contraje el VIH? No lo sé. Pudo haber sido en cualquier otra parte de este recorrido.

Regresé a la cárcel en 1993 y en 1994. Salí como en noviembre de 1995. Después de la violación, pensé, tengo que cambiar mi vida. Ya no quiero seguir haciendo esto. Entonces, me fui a vivir con mi hermana. ¡Todo iba bien! Tenía un trabajo y finalmente conseguí mi propio lugar para vivir. Luego, me enfermé. No podía comer ni beber nada, me dolía mucho si lo hacía. Tuve que obligarme a comer. ¡Hasta el hielo dolía! Perdí como, 'uta... entre 50 y 60 libras en dos meses. Iba al médico y contaba mi historial sexual y de drogas, pero me daban un tratamiento para las úlceras. Me dieron el medicamento popular para las úlceras en ese entonces. Esto fue a principios 1996. Fui de acá para allá a diferentes médicos generales. Finalmente, mamá me llevó a la sala de emergencias porque estaba muy enferma y no mejoraba. Nadie mencionó la prueba del VIH ni nada por el estilo, a pesar de que conocían mi historial.

Estaba muy enferma. Me dieron Bactrim en el hospital del condado de San Bernardino y tuve una reacción alérgica muy grave. Cuando volvimos, estaba un joven haciendo su internado que me revisó la boca y preguntó, “¿Alguien te ha ofrecido una prueba de VIH?”. Él dijo que parecía que tenía aftas. Me informó que me estaban haciendo una prueba de SIDA. Me metieron en el hospital y al día siguiente vinieron y me dijeron que tenía un recuento de células T de 116 y que eso se consideraba SIDA. Mi reacción fue, “Ah, está bien. Ahora sé de qué me estoy muriendo”. No entendía lo que significaba el recuento de células T ni nada por el estilo, pero sabía que me estaba muriendo. Lo sentí, ¿sabes? Me quedé en el hospital como una semana.

Era un hospital del condado, por lo que había otras seis mujeres en la habitación. Fue horrible. Regresé a casa con mamá a morir. Comencé a participar en el Desert AIDS Project y una enfermera facultativa me dijo en términos tajantes que no llegaría a fin de año. Eso fue en marzo de 1996. Nos estábamos preparando para mi muerte. Estaba tomando toneladas de medicamentos. Estaba masticando Videx, me ponían inyecciones para mis glóbulos blancos y rojos, tomando muchas pastillas, AZT y todo lo demás que me dieron. Ese fue el año en que salió el nuevo régimen de HAART. Iba a ver a los médicos cada semana. Iba a análisis de laboratorio cada semana. Simplemente no entendía por qué tenía que hacer todo eso si me estaba muriendo de todos modos. No podía retener nada en el estómago y lo que retenía me daba diarrea.

Fue más o menos al mismo tiempo que se empezó a escuchar de la marihuana medicinal en 1996. Mi médico me estaba hablando de eso, pero dijo que no podía aconsejarme fumar o usar los productos. Tuve una conversación con mi mamá sobre fumar marihuana con fines médicos, pues dejé de consumirla cuando salí de la cárcel. Estuvo de acuerdo. Antes no nos dejaba fumar marihuana en la casa, pero todas las mañanas me dejaba fumar antes de levantarme de la cama. ¡Me fumaba un churro y me cambiaba la vida! Empecé a sentirme mejor. Sentía más energía. Podía comer. Luego comencé con la nueva medicación. No recuerdo qué era, pero también me cambió la vida. Es que ¡literalmente me dio vida!

Iba al barrio y hablaba con todo el mundo. Me enteré que el condado estaba haciendo pruebas en Indio, y fui a ver si alguien quería hacerse la prueba. Como me pasó a mí, probablemente a alguien más también se le pegó porque lo que hacíamos era cogernos y chuparnos unos a otros. Cuando pude levantarme y salir se lo dije a la gente de inmediato. Creo que le dije a la abuela de mis nietas primero. Ella había preguntado: “¿Qué te pasa? ¿Estás enferma? Estás tan flaca”. Ella sabía que no andaba en drogas, así que le revelé mi estado. Hablé con los morros con los que me estaba acostando, incluidos los traficantes y otras personas con las que fumaba. Fui la primera mujer en declarar que tenía VIH en mi pequeña comunidad. Sabía que seguramente había otros.

 

Cuento mi historia porque las mujeres necesitan saberlo. ¡Necesitan saber que no son inmunes a contraer el VIH! ¿Tú tienes sexo? Me importa un carajo si es tu hombre desde hace más de 20 años. NO IMPORTA.

 

Con el tiempo comencé a usar crack otra vez. Cuando viví con mi mamá, comencé a vender droga. Mi novio en aquel tiempo la movía y fumaba. Un día, a mamá se le amoló el aire acondicionado y fui a buscarme un hotel. Esa noche recaí. Estaba en un recorrido rumbo a la muerte. Me aferré a las palabras, “te vas a morir”. Las usé para alimentar mi adicción. Iba sin freno a pesar de que siempre revelaba mi estado a las personas antes de tener sexo con ellas.

Cuando conocí a mi esposo, traté de normalizar mi vida a pesar de que todavía estaba consumiendo. Bebíamos y peleábamos. Nos reconciliábamos, bebíamos, peleábamos y nos reconciliábamos. Era puro caos. Siempre en estira y afloja. Nos casamos cinco meses después de empezar a salir. Durante toda la preparatoria yo le gustaba a él. Yo ni siquiera sabía quién era, pero pensé: “Ay, me quiere”. Me casé con él porque me quería y yo lo quería por quererme. Lo intentamos, pero fue tóxico y abusivo. Llevo una cicatriz en su memoria. Él tenía diabetes y otros problemas de salud. Con el tiempo, murió. Ese fue el principio del fin para mí. Él me cuidó, me protegió y me amó. Entonces, cuando él murió, yo también morí.

En 2006 vine a San Diego y ahí fue cuando dejé mis adicciones. Estaba muy enferma cuando dejé todo. Regresé a las 116 células T. También descubrí que tenía hepatitis C. Empecé a tomar medicamentos contra el VIH y también hice el tratamiento contra la hepatitis C. Quería estar limpia. Había llegado la hora.

Entonces, encontré y me quedé en un centro de tratamiento de drogas durante tres años. Mientras estaba en residencial, teníamos un grupo de VIH que era en su mayoría de hombres, tal vez una o dos mujeres. Cuando estaba allí, me presentaron Christie's Place. En el retiro Fuerza para el Recorrido es donde conocí a mis amigas. También fue entonces cuando conocí a Liz, la directora ejecutiva de la agencia para la que algún día trabajaría. Me gradué de residencial y me convertí en la gerenta de la casa de mujeres. Fui a estudiar para convertirme en consejera certificada en adicciones a las drogas. Cuando dos de mis amigas con las que pasé por el tratamiento se suicidaron, supe que no quería trabajar en el tratamiento de las drogas. Necesitaba hacer algo diferente.

Comencé a pedir trabajos en diferentes lugares de la comunidad. Una de mis carnalas me dijo que Christie's Place estaba contratando a pares. Mi mero mole. Armé mi currículum y mi jefe me ayudó a enviar todo por fax. No había solicitado un trabajo en mucho tiempo. Después de esperar un mes, iba a Christie's Place solo para ir a ver si el trabajo aún estaba disponible. Ahí es donde sentí que Dios necesitaba que yo estuviera ahí. ¡Este trabajo era para mí! Lo sentí en los huesos.

El VIH debe ser tratado como algo normal. El VIH no es una sentencia de muerte. El VIH no define quién soy como mujer. Es solo una parte más de mi vida.

Aprendí muy pronto que compartir mi historia no hacía menos real que yo fuera VIH positivo, sino que lo convertía en una herramienta para ayudar a los demás. Siempre hay algún tipo de oportunidad de enseñanza porque no quiero que nadie sufra como yo lo hice cuando me enfermé. Las mujeres siguen sufriendo así, sin saber qué les pasa porque “no encajan con el grupo demográfico”, incluso en 2021.

Cuento mi historia porque las mujeres necesitan saberlo. ¡Necesitan saber que no son inmunes a contraer el VIH! ¿Tú tienes sexo? Me importa un carajo si es tu hombre desde hace más de 20 años. NO IMPORTA. No siempre sabes lo que hace. Es que no hay ninguna seguridad.

Cuando las personas descubren que tienen VIH, no lo comparten debido al estigma, especialmente en las comunidades negras y morenas. Y luego está la reacción violenta de nuestras comunidades, nos consideran sucias, malas, a pesar de que a algunas las contagian sus maridos. Todavía te dicen, “¿Y qué fue lo que TÚ hiciste?”. Siempre se echa la culpa a la mujer. “Dios te está castigando”, “Hiciste algo y saldrá a la luz”. Sí, sí, como tú digas. Y luego, de repente, comienzas a perder amigos y tu familia comienza a tratarte de manera diferente. Es por eso que mucha gente no comparte su estado positivo. Algunas personas también se dedican a ocultar sus medicamentos.

Si más personas estuvieran dispuestas a compartir sus historias y aceptaran el hecho de que son VIH positivo, habría más personas hablando del tema. Me sorprende que la gente no sepa sobre el VIH.

Yo siempre estoy educando a los demás. Las personas que deberían saberlo, no lo saben. Crecieron cuando comenzó la epidemia del VIH. Entonces, comparto mi historia porque quiero ayudar a la gente. NECESITAMOS HABLAR SOBRE EL VIH. Antes íbamos a las preparatorias y yo les decía a los estudiantes que hablaran con sus padres. “Cuando estés sentado a la mesa para cenar, simplemente di, “¡Oye! ¿Adivina qué pasó hoy en la escuela? Vino una señora a hablarnos del VIH”. Toca el tema como si nada.

El VIH debe ser tratado como algo normal. El VIH no es una sentencia de muerte. El VIH no define quién soy como mujer. Es solo una parte más de mi vida. Es otra historia que debo contar en mi libro. Y la uso para ayudar. Me da una plataforma que normalmente no tendría.

No sé qué hubiera pasado con mi vida si no hubiera contraído el VIH. En muchos sentidos, fue un salvavidas. Una bendición por así decirlo. Porque me trajo a mi propósito. Las mujeres somos las dadoras de vida. Cuidamos de nuestros bebés, nuestros maridos, nuestras esposas, nuestras mamás, nuestros papás y abuela, primo, tío, hermana, hermano, amigos. Nos ocupamos de todos los demás antes de cuidarnos a nosotras mismas. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que primero tenía que cuidarme a mí misma. Necesito darle importancia a mi salud y bienestar en mi vida. Necesito convertirlo en una prioridad, especialmente ahora que estoy siendo empujada a la posición en la familia en la que estoy ahora.

El VIH es una enfermedad 100 % prevenible. Es 100 % prevenible. Y la gente todavía muere de VIH. Pero ¿por qué? ¿Por qué?

Por eso comparto mi historia. Por eso tomo mi medicina. Por eso voy al médico. Descubrimos que U = U (español es Indetectable es igual a Intransmisible) así que no tengo que preocuparme por contagiar a nadie, lo sabía de todos modos, pero la ciencia tenía que ponerse al día.

¿Alguna vez podremos dejar de hacerlo? O sea, ¿podremos dejar de tener que crear consciencia?

Mi propósito es ser una voz para los que no tienen voz. Para ayudar a las personas en el recorrido de sus vidas. Para que se mejoren a sí mismas. Para encontrar una razón para vivir de manera diferente. Creo que ese es mi propósito.


Si usted o alguien que conoce desea recursos o apoyo en relación con los temas anteriores, consulte:

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