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Hola todas,
Estoy muy contenta de estar aquí y de compartir por fin un poco sobre mi viaje viviendo con VIH. Con el año llegando a su fin, pensé que sería un buen momento para sentarme y reflexionar, no sólo sobre este año, sino sobre lo lejos que he llegado en general.
Así que, déjenme empezar presentándome. Compartiré un poco sobre cómo me enteré por primera vez de mi diagnóstico, cómo ha sido el camino desde entonces y cómo se siente todo eso ahora, al final de otro año.
Gracias por estar aquí conmigo, estoy ansiosa por compartir esto con ustedes.
Nací en 1989 y a la edad de 6 ó 7 años mis padres descubrieron que yo era uno de las 13,000 infancias viviendo con VIH en aquella época en la que se preveía que mis posibilidades de supervivencia eran increíblemente bajas. La cohorte de niños, el accidente epidemiológico, el legado de la época del comunismo.
Yo me enteré de mi condición más tarde, cuando tenía unos 11 años, y por mucho tiempo fue un secreto dentro de mi familia. Me sentía como si llevara una doble vida, siempre con el temor de que alguien pudiera descubrirlo. Crecer en un pueblo pequeño hasta los 18 años, donde todo el mundo se conoce, hizo que ese miedo fuera aún más difícil de sobrellevar. La primera vez que hablé de ello, tenía unos 20 años, y recuerdo el momento con mucha claridad. Le dije a alguien que creía que era una amistad: "Tengo VIH, pero entiendo perfectamente que no me aceptes". Recordándolo, me rompe el corazón pensar que sentí que necesitaba decir esas palabras. Había interiorizado tanto estigma que creía sinceramente que mi diagnóstico podría hacerme indigna de amistad o amor. Ese momento me recuerda lo poderosos que pueden ser los mensajes de la sociedad sobre el VIH, y cómo pueden hacerte dudar de tu propio valor.
Había interiorizado tanto estigma que sinceramente creía que mi diagnóstico podría hacerme indigna de amistad o amor.
Mis padres, con todo su amor y cuidado, siempre quisieron protegerme. Pero como me querían de la única forma que sabían, a menudo me sentí reducida a mi condición médica, en lugar de que me vieran por lo que yo era—mi carácter, mi inteligencia o las aportaciones que podía hacer. Para ellos, yo era una flor frágil que necesitaba protección del mundo exterior. Me sentía asfixiada. Cuando me matriculé en la universidad de Bucarest sin decírselo, fue un gran shock. Querían que me quedara cerca, para mantenerme segura, e intentaron convencerme de que no me fuera. Pero yo sólo quería demostrarles, y demostrarme a mí misma, que yo era más que mi estado de VIH, que podía conseguir cualquier cosa si trabajaba para ello. Quería demostrar que el VIH no me limitaría.
Acabé asumiendo todo tipo de retos, viajando a distintos países, llevando mis medicamentos conmigo durante meses. Y cada vez que me iba, mis padres me preguntaban: "¿Y tus medicamentos?". Así fue como acabé viviendo en más de 7 países distintos, siempre esforzándome por demostrar que nada, ni siquiera el VIH, podía detenerme. A medida que he ido creciendo, he empezado a ver hasta qué punto mi vida ha estado moldeada por esta necesidad de demostrar que soy más que mi diagnóstico.He saltado de una facultad a otra, de un trabajo a otro, de una pasión a otra, buscando constantemente algo que me hiciera sentir completa, como si por fin les hubiera demostrado a mis padres y a mí misma de lo que era capaz.
Creo que al hablar abiertamente de mi experiencia, puedo ayudar a desmantelar los mitos y los conceptos erróneos sobre vivir con VIH. Cada vida tiene esos momentos cruciales, esos que lo cambian todo.
Creo que al hablar abiertamente de mi experiencia, puedo ayudar a desmantelar los mitos y los conceptos erróneos sobre vivir con VIH.
Para mí, enterarme de mi estado de VIH a los 11 años fue uno de esos días, el primer eslabón de una cadena que marcó el curso de mi vida. Como escribió Charles Dickens: "Imagina un día determinado eliminado de [tu vida], y piensa en lo diferente que habría sido su curso [...] piensa por un momento en la larga cadena de hierro u oro, de espinas o flores, que nunca te habría unido, de no ser por la formación del primer eslabón en un día memorable". Si aquel día no hubiera ocurrido, la larga cadena de experiencias—tanto difíciles como hermosas—que siguieron habría sido completamente distinta. Si aquel día no hubiera ocurrido, mi vida sería completamente diferente. La persona que soy hoy, las cosas que he aprendido y las personas que he conocido están vinculadas a ese momento. Vivir con VIH no ha sido fácil, pero ha moldeado mi forma de ver el mundo. Me ha enseñado a preocuparme profundamente por los demás, a luchar contra los prejuicios y a apreciar cada conexión que he establecido en el camino.
A menudo me pregunto qué personas no habría conocido si mi vida hubiera tomado otro rumbo. ¿Habría conocido a los amigos que han estado ahí a pesar de todo? ¿A las personas que me han hecho reír los días que más lo necesitaba? ¿O a mi pareja—la persona que me quiere por lo que soy y ve más allá de todo lo demás? Es difícil imaginar mi vida sin ellos. Han sido una parte enorme de mi viaje, y no lo cambiaría por nada. Al mismo tiempo, pienso en quién me habría convertido. Sin esta experiencia, ¿seguiría teniendo el mismo impulso de compartir mi historia o de hablar contra el estigma? ¿Seguiría sintiendo la misma conexión con otras personas que atraviesan momentos difíciles? Tal vez la vida hubiera sido más fácil en algunos aspectos, pero no estoy segura de que hubiera tenido el mismo significado. Mirando atrás, veo cómo todo está conectado. Aquel día puso muchas cosas en marcha. No todo ha sido fácil, pero me ha llevado a donde estoy ahora. He crecido de un modo que no esperaba y he construido una vida de la que me siento orgullosa, una vida que no está definida por el VIH, pero que no sería la misma sin él.